Tendencias científicas: La ciencia de los prejuicios humanos en una época de indignación política

La polarización política creciente en las democracias occidentales saltó al primer plano en 2016 tras la votación en el Reino Unido a favor del «brexit» y la elección de Donald Trump en Estados Unidos. Es muy probable que esta polarización se mantenga durante 2017 y, por tanto, se preste más atención a la necesidad de comprender las razones científicas y psicológicas que llevan a los humanos a identificar a enemigos en función de la raza, las creencias políticas u otras amenazas subjetivas.

Resulta sencillo acudir a la evolución humana básica para explicar la situación; los seres humanos tendemos a favorecer a «los nuestros», mientras que nos despiertan sospechas aquellos que se comportan, visten o hablan de una manera distinta a lo que estamos acostumbrados en nuestra propia burbuja social cotidiana. Los psicólogos denominan este fenómeno «teoría de la identidad social». De hecho, dos de las pulsiones humanas más básicas son la pertenencia al grupo y la competencia.

Básicamente, existe una tendencia natural a sobrevalorar a aquellos que son semejantes a nosotros y a infravalorar al resto, un rasgo que en origen ofrecía una mayor garantía de supervivencia. Esto podría explicar en parte por qué para muchos es difícil aceptar que sus amigos y familiares voten a otro partido distinto al suyo, pues nos descubre que aquellos que consideramos más cercanos y parecidos a nosotros tienen ideas completamente opuestas a las nuestras.

La amígdala es la región del encéfalo que activa el miedo, la ansiedad y otras emociones negativas y desempeña una función importante a la hora de acercar a aquellos que se parecen entre sí. La amígdala es capaz de clasificar a una persona en una fracción de segundo, mientras que el encéfalo ha desarrollado gradualmente la tendencia a clasificar algo como peligroso cuando en realidad es inocuo.

El racismo ha sido uno de los principales ámbitos de estudio de psicólogos y neurocientíficos para entender mejor el origen de los prejuicios humanos. Un estudio realizado en 2007 y dirigido por la Universidad del Sur de California estudió el racismo y reveló que la amígdala de los participantes en el ensayo se activaba cuando se les mostraban caras de personas con distintos tonos de piel. De hecho, la amígdala mostraba mayor actividad cuando se mostraba a los participantes caras negras que cuando veían caras blancas. La activación de la amígdala era igual ante caras negras claras u oscuras, pero los participantes blancos de piel morena registraron una mayor actividad que quienes tenían tonos de piel más claros. Los autores concluyeron que las características centroafricanas generaban una respuesta inconsciente de miedo en los participantes blancos.

En otro estudio de la Universidad de Toronto se expuso a los participantes a imágenes de caras blancas y negras para medir la activación de dos regiones encefálicas distintas, la amígdala y la corteza prefrontal. Mientras que la amígdala activa sentimientos rápidos, la corteza prefrontal permite pensar, regularnos y realizar juicios racionales. En el estudio se mostró que cuando se pasaban imágenes rápidamente durante sólo tres centésimas de segundo (un instante anterior a la consciencia) la actividad de la amígdala se disparaba en aquellos que habían puntuado más alto en una escala de racismo implícito. Conviene aclarar que los participantes no sabían que formaban parte de un estudio sobre el racismo.

En cambio, cuando las caras permanecían en la pantalla durante medio segundo, la respuesta de la amígdala se reducía notablemente y aumentaba en igual medida la respuesta de la corteza prefrontal. Además, cuanto mayor era la actividad de la corteza prefrontal, más se reducía la respuesta de la amígdala. En resumidas cuentas, este estudio y otros similares posteriores mostraron que los reflejos de miedo relativos a la amígdala pueden dar paso a reflexiones conscientes sobre la propia actitud y los méritos percibidos de otras personas.

Esto supone una buena noticia dado que cada día vemos mayor cantidad de personas de trasfondos, razas y creencias políticas distintas gracias a la televisión y al avance imparable de los medios de comunicación sociales.

Quizá ahora, en este mundo nuevo de indignación política, sea más necesario reconocer y evitar los peligros de ese instinto humano básico que se ha forjado durante miles de años de evolución desde su origen como mecanismo de supervivencia que señala a otros como «ajenos a los nuestros».

publicado: 2017-02-11
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