Las fobias son parte del día a día; de hecho, la mayoría de la gente reconoce tener una al menos (para este redactor, la claustrofobia y la coulrofobia). Curiosamente, no fue hasta finales del siglo XIX cuando la medicina prestó atención a las distintas formas de miedos irracionales, según ha sacado a relucir el equipo al cargo del proyecto DISEASES.
Según sus indagaciones, un médico alemán llamado Carl Westphal fue quien diagnosticó por primera vez la agorafobia, o miedo a los espacios abiertos, en 1871 tras estudiar a tres profesionales, por lo demás sanos y racionales, a quienes aterrorizaba el tener que atravesar un espacio urbano abierto. A raíz de este diagnóstico, la idea de que algunas personas podían sentirse poseídas por diversas formas de miedo inexplicable cundió con rapidez tanto en la profesión médica como en la cultura popular del momento.
Así, el psicólogo estadounidense G. Stanley Hall definió 136 formas distintas de miedo patológico, asignándoles nombres grecolatinos. Algunas son fobias bien conocidas, como la agorafobia y la claustrofobia, y otras son muy características de la época victoriana británica, como la amaxofobia (el miedo a montar en carruajes), la pternofobia (la aversión a las plumas) y la hipengiofobia (el miedo a la responsabilidad).
Una fobia que suscitó un grado de atención inusitada en la sociedad victoriana fue la ailurofobia, o aversión a los gatos. Hall y su colaborador Silas Weir Mitchell distribuyeron formularios y cuestionarios en un intento por conocer las distintas variedades y causas de este miedo a los felinos. Mitchell incluso trató de corroborar la afirmación de algunos afectados de que eran capaces de percibir la presencia de un gato en una habitación incluso sin verlo ni olerlo.
Llevó a cabo experimentos consistentes, por ejemplo, en ocultar un gato en una estancia e introducir en ella a afectados por esta fobia para comprobar si podían percatarse del animal. Pese a su escepticismo inicial, quedó convencido de la capacidad infalible de muchos de sus pacientes para percibir al gato. Tratando de dar con una explicación para esta fobia, descartó el asma y también posibles miedos relacionados con la evolución, ya que, por ejemplo, quienes padecen ailurofobia no sienten miedo si ven leones o tigres.
Al final, sugirió que los gatos podrían emanar sustancias que «podrían afectar al sistema nervioso a través de la membrana nasal, aunque se reconozcan como olores». También quedó desconcertado por el hecho de que, en apariencia, los gatos tienen el impulso de acercarse lo más posible a los individuos que los temen: «Incluso los gatos más raros parecen sentir un extraño deseo por aproximarse a ellos [los ailurofóbicos], saltar a su regazo o seguirlos».
En opinión del equipo responsable del proyecto DISEASES, la manía victoriana por conformar un mapa cultural y psicológico preciso de los miedos y ansiedades se debió a que la sociedad de la época estaba inmersa en un rápido proceso de industrialización y cambio y a que en dicha sociedad las nuevas teorías científicas empezaban a poner en tela de juicio el dogma y las explicaciones religiosas vigentes desde hacía muchísimo tiempo.
Por consiguiente, en nuestro periodo actual, en el que las sociedades —como en la época victoriana— se esfuerzan nuevamente por adaptarse a rápidos cambios tecnológicos, sociales y económicos, DISEASES trata de entender el fenómeno de entonces para comprender mejor y contextualizar nuestra respuesta, en el siglo XXI, a los constantes retos planteados por la modernidad. El proyecto está coordinado por la Universidad de Oxford, está programado hasta enero de 2019 y ha recibido fondos de la UE por un valor algo superior a 3,5 millones de euros.
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