La investigación, publicada en la revista «Nature Neuroscience», muestra que una «resaca emocional» condiciona cómo afrontaremos experiencias nuevas y las recordaremos después. Se sabe desde hace tiempo que las experiencias emotivas —como las bodas, los funerales, el primer beso, los acontecimientos históricos, el nacimiento de un hijo o la muerte de un ser querido— se recuerdan mejor que otras que no poseen tanta carga sentimental, y no sólo a los pocos minutos de que ocurran, sino incluso años más tarde.
Por ejemplo, después de quince años, muchos recuerdan claramente dónde estaban y qué hacían cuando tuvieron noticia de los terribles sucesos del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. No obstante, en este estudio se demostró además que las vivencias no emocionales ocurridas tras las emocionales también se recordaban mejor, según pruebas de memoria posteriores.
«La forma en la que recordamos acontecimientos no es únicamente consecuencia del entorno que nos rodea; también está muy condicionada por nuestro estado interior, y estos estados pueden resultar persistentes y "teñir" experiencias futuras», explicó Lila Davachi, profesora visitante de la Universidad de Nueva York (NYU). «La emoción es un estado mental. Estos descubrimientos dejan claro que las experiencias pasadas influyen en gran medida en nuestra cognición y, en concreto, que los estados emocionales encefálicos dejan una huella duradera».
Para llegar a estas conclusiones, se solicitó a varias personas que observaran una serie de imágenes con contenido emotivo y que provocaban excitación. Tras entre diez y treinta minutos, un grupo observó una serie adicional de imágenes de contenido ordinario y no emotivo. Otro grupo observó las escenas no emotivas antes que las emotivas. En ambos grupos se midió la excitación psicológica mediante conductancia cutánea y la actividad encefálica mediante IRMf. Seis horas más tarde, ambos grupos se sometieron a una prueba de memoria sobre las imágenes vistas con anterioridad.
Los investigadores habían planteado la hipótesis de que los efectos de pervivencia de las experiencias emocionales se reflejarían en forma de una conectividad de baja frecuencia en la amígdala. Por tanto, investigaron además si este tipo de actividad encefálica, presente en la codificación de recuerdos emotivos, también se manifestaba en la fase de codificación de recuerdos neutros en los dos grupos.
Los resultados mostraron que el primer grupo de individuos —expuesto primero a los estímulos evocadores de emociones— recordaba mejor el segundo conjunto de imágenes más neutras que el segundo grupo de individuos —que vio las imágenes emocionales en segundo lugar—.
La revisión de los datos de IRMf ofreció una explicación al respecto. Al parecer, los estados encefálicos asociados a las experiencias emocionales se prolongaron durante periodos de veinte a treinta minutos e influyeron en la forma en la que los sujetos procesaron y recordaron experiencias posteriores carentes de carga emocional. En resumen, existe un estado que podría describirse como «resaca emocional» y que puede ejercer una influencia duradera en la capacidad del encéfalo para procesar y rememorar recuerdos.
El proyecto EMOTIONAL MEMORY corre a cargo de la Universidad de Ginebra y finalizará en febrero de 2018. El estudio también recibió apoyo del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, la Fundación Nacional de la Ciencia de Suiza y la Fundación Alemana de Investigación (DFG).
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