RAPTADIAG es un «proyecto pequeño o mediano dedicado a la investigación»
 en términos del 7PM. No obstante, durante los dos últimos años, el 
consorcio a su cargo ha convertido una prueba de diagnóstico de 
meningitis bacteriana en lo que podría llegar a ser un conjunto completo
 de tecnologías de detección de todo tipo de patógenos bacterianos.
La actividad científica en este campo ha dado pasos de gigante en 
los últimos años, pero la mayor parte de la medicina contemporánea sigue
 girando en torno a tratamientos basados en síntomas y métodos de 
diagnóstico caros. En el caso de la «meningitis bacteriana» (MB), los 
síntomas suelen aparecer al cabo de tres a siete días desde la 
exposición al patógeno, pero muchos pacientes pueden ser portadores de 
la bacteria y no padecer la enfermedad. La falta de tratamiento conlleva
 un riesgo de muerte del 50 % y la efectividad del mismo depende de lo 
rápido que se administre a partir de la infección.
Según el profesor Morten A. Geday, coordinador del proyecto 
RAPTADIAG («Rapid Aptamer based diagnostics for bacterial meningitis»), 
la eficacia del tratamiento es reducida debido a que el diagnóstico 
precoz sólo es posible mediante el empleo de tecnologías extremadamente 
caras. Estos métodos son demasiado complejos como para ejecutarse fuera 
de un entorno hospitalario y considerablemente lentos a la hora de 
proporcionar un resultado preciso.
En colaboración con socios de Suiza y Dinamarca y financiado con 2,2
 millones de euros aportados por la Unión Europea, el profesor Geday se 
propuso superar estos obstáculos mediante una prueba de diagnóstico 
rápida, fácil de utilizar y barata contra Neisseria meningitides 
(meningococo) y Streptococcus pneumonia, responsables del 80 % de las 
incidencias de la MB. Él y su equipo desarrollaron tres tecnologías 
revolucionarias, entre las que se encuentran un sensor de resonancia 
microacústica y otro basado en cristal líquido, y ahora se proponen 
llevar su proyecto a nuevas cotas.
En esta entrevista, el profesor Geday explica el trabajo realizado 
por su consorcio desde que echó a andar en 2011. Habla además de ciertos
 descubrimientos que les hicieron replantearse la orientación del 
proyecto, desde el planteamiento original de mejora del diagnóstico de 
la MB a una gama mucho más amplia de bacterias, en contextos tan 
variados como los patógenos alimentarios o del agua que se introducen en
 las cadenas de suministro de alimentos, los recursos hídricos e incluso
 los sistemas de aire acondicionado.
¿Qué innovaciones o novedades aporta esta prueba? ¿Cómo funciona?
Las pruebas de diagnóstico serán más rápidas (minutos en lugar de 
horas o días) y baratas (euros en lugar de decenas de euros) que las 
tecnologías ya disponibles. Su función original era la de atender la 
necesidad clínica de realizar diagnósticos de estas enfermedades de 
elevada morbilidad y, al mismo tiempo, reducir la posibilidad de 
realizar diagnósticos erróneos que conduzcan a un abuso de antibióticos.
Para reconocer los microorganismos utilizamos receptores de 
aptámeros innovadores en lugar de los anticuerpos tradicionales. Los 
aptámeros son moléculas de ADN/ARN monocatenarias capaces de generar una
 estructura tridimensional mediante el acoplamiento de sus propias bases
 de nucleótidos. Esta estructura se elige en función de su elevada 
afinidad y especificidad hacia el antígeno o el objetivo deseado.
Se están desarrollando tres tecnologías sensoras distintas en 
paralelo. La primera consiste en la adaptación de la tecnología de 
biosensor evanescente comercial (Eva-sensor) mediante el empleo de 
receptores de aptámeros en lugar de anticuerpos. Se están empleando 
además dos tecnologías experimentales adicionales (desarrolladas en 
entornos universitarios) con las que desarrollar una prueba rápida con 
un coste mucho menor, esto es, un sensor de resonancia microacústica y 
otro basado en cristal líquido. La dificultad de desarrollar estos dos 
sensores estribaba en demostrar que es posible generar sensores de 
resonancia microacústica con suficiente sensibilidad y en crear sensores
 basados en cristal líquido capaces de detectar células aisladas.
¿Cuáles fueron las principales dificultades encontradas y cómo se resolvieron?
El proyecto ha sufrido dos problemas, uno técnico y otro científico.
 Poco después de su inauguración, uno de los socios principales quebró. 
De este modo nos encontramos con la imposibilidad de desarrollar las 
moléculas receptoras clave, esto es, los aptámeros. Uno de los socios 
salió al quite contratando al personal clave del socio en bancarrota. La
 gestión de la bancarrota, la redefinición de responsabilidades y los 
esfuerzos por recuperar el ritmo provocaron un retraso de seis meses en 
la ejecución del proyecto. No obstante, el enorme logro que supone el 
desarrollo de los sensores de resonancia microacústica de cristal 
líquido se debe en gran medida a las decisiones adoptadas en dicho 
periodo.
El segundo problema científico reside en el desarrollo de los 
aptámeros específicos de la MB. El progreso del proyecto deja cada vez 
más claro que la afinidad y la especificidad necesarias con respecto a 
las dianas ponen al límite las capacidades del consorcio tal y como está
 compuesto. Lo que aún no está del todo claro es hasta qué punto esto es
 consecuencia de posibles limitaciones del consorcio o de la tecnología 
de aptámeros. Para sortear este escollo se pueden utilizar anticuerpos 
específicos de la MB y aptámeros ya existentes destinados a patógenos 
alternativos durante las fases de ensayo y validación de las tecnologías
 desarrolladas.
Eso quiere decir que se alejaron gradualmente de la MB para dedicarse a otros tipos de patógenos. ¿Cuál fue la causa?
La evolución del proyecto dejó claro que, mientras que el desarrollo
 de un sistema de detección de la MB más barato y rápido podría influir 
en la detección y el posterior freno a una epidemia de MB en el Tercer 
Mundo, el impacto clínico en Occidente sería limitado, probablemente.
Al mismo tiempo, nos dimos cuenta de que las tecnologías 
desarrolladas influyen en gran medida en la detección de patógenos 
bacterianos en múltiples contextos, sobre todo en el caso de patógenos 
alimentarios o hídricos localizados en la cadena alimentaria, en las 
fuentes de agua o en los sistemas de aire acondicionado. Es más, estas 
tecnologías podrían abrir la puerta a otros medios de detección de 
patógenos humanos mediante saliva y otros fluidos del organismo.
Por todo ello, se presentaron varias propuestas en la última ronda 
de financiación del 7PM con la intención de madurar estas tecnologías. 
Ahora tenemos un proyecto mucho más ambicioso —basado hasta cierto punto
 en la experiencia obtenida en RAPTADIAG— que está siendo evaluado en el
 marco de una convocatoria de Horizonte 2020.
¿En qué punto se encuentra en cuanto a su objetivo de generar al menos un producto comercial para el final del proyecto?
El proyecto va por buen camino. El Eva-sensor ya puede adquirirse y 
Davos Diagnostics ha demostrado que su tecnología es adecuada para 
detectar patógenos mediante reconocimiento por aptámeros u otros medios.
 Por otro lado, aún es necesario trabajar más en los sensores tanto de 
resonancia microacústica como los de cristal líquido. Estas tecnologías 
precisan de un socio industrial potente. La situación económica por la 
que atraviesa España hace pensar que es poco probable encontrar 
financiación para una empresa derivada en la que participen los 
científicos del proyecto y, por tanto, será necesario traspasar la 
tecnología a una entidad ya existente. Colaboraremos con la oficina de 
transferencia tecnológica de la Universidad Politécnica de Madrid para a
 buscar socios posibles a corto plazo.
¿Diría que los resultados del proyecto han cumplido con las expectativas?
El proyecto, cuya fecha prevista de finalización era junio de 2015, 
ha logrado muchos de sus objetivos. Hemos demostrado la viabilidad de 
usar aptámeros como moléculas receptoras de patógenos bacterianos en el 
Eva-sensor y su rapidez y facilidad para detectar patógenos (hay varias 
patentes en tramitación). Las tecnologías de biosensor de resonancia 
microacústica están alcanzando la sensibilidad necesaria para poder 
detectar la unión de un único microorganismo, lo que representa el 
límite de detección definitivo. Por otro lado, el sensor de cristal 
líquido está dejando la puerta abierta al desarrollo de un método de 
detección extremadamente sencillo y barato basado en medios de 
inspección visual (sin necesidad de instrumentos adicionales) o 
inspección optoelectrónica sencilla con lectores en miniatura, e incluso
 a partir de la cámara de un teléfono móvil. Los resonadores 
microacústicos ya se han difundido en varias revistas arbitradas y se ha
 solicitado una patente que proteja la tecnología sensora basada en 
cristal líquido.
Por tanto, desde el punto de vista del desarrollo tecnológico del 
biosensor, el proyecto ha superado con creces las expectativas, incluso 
las de sus propios socios.
¿Cuándo cree que pacientes y profesionales sanitarios podrán empezar a obtener beneficios de sus descubrimientos?
Los beneficios para la sociedad dependerán en gran medida del 
conservadurismo del sector médico. Será enormemente difícil que 
Eva-sensor repercuta en la sociedad en menos de dos años, pese a ser un 
dispositivo ya finalizado. Y eso a pesar de que Davos Diagnostics ha 
recibido una certificación ISO durante el proyecto, hasta cierto punto 
gracias a él. A más largo plazo (entre tres y cinco años) confiamos en 
que Eva-sensor se generalice en entornos hospitalarios aportando un 
método más rápido y sencillo de detección de multitud de patógenos y 
otras dianas biológicas. El futuro de los sensores de resonancia 
microacústica y de cristal líquido dependerá completamente de los socios
 industriales que el consorcio sea capaz de atraer.
Para más información, consulte:
RAPTADIAG
http://www.raptadiag.eu/