En un futuro es posible que, para ir a cualquier lugar, antes haya que llamar a un vehículo autónomo (VA) a través del smartphone. Mientras se nos traslada —sin ruido, por calles sin contaminación ni atascos—, podríamos empezar a trabajar acomodados en el asiento del coche. Junto a los otros usuarios con quienes compartimos el vehículo, claro.
Esa proyección del futuro podría estar a la vuelta de la esquina; no en vano, numerosas empresas de ingeniería y tecnología puntera, como Ford, Google, Tesla y Apple, están enzarzadas en una carrera por ser la primera en poner VA en circulación. Pero lo cierto es que, con toda probabilidad, la implantación de los vehículos autónomos se producirá gradualmente, a la par con otras tecnologías facilitadoras como los vehículos eléctricos (VE).
El camino por recorrer
En las últimas semanas se han producido avances en el ámbito de los VE. Por ejemplo, el mes pasado el Gobierno del Reino Unido anunció su propósito de que, después de 2040, ya no existan coches de gasolina ni gasoil a la venta, noticia que dio impulso a la demanda de VE. En el lado de la oferta, Tesla anunció, también en julio, que su Model 3 (totalmente eléctrico) había superado todas las pruebas reglamentarias y ya se estaban produciendo unidades de este vehículo.
Aunque los vehículos autónomos y los vehículos eléctricos no son lo mismo, sus destinos están unidos, ya que la mayoría de los VA probablemente serán también eléctricos. Además, los VE son más fáciles de controlar y conectar a sistemas de datos infraestructurales y analíticos más amplios. El establecimiento de la infraestructura para los VE, por ejemplo puntos de carga, sin duda favorecerá enormemente la aceptación de los VA por parte del público. Otro aspecto crucial es que los VE contaminan menos que las alternativas actuales, que funcionan con combustibles fósiles, y por tanto constituyen una aportación atractiva de cara a cumplir las metas medioambientales.
A las duras y a las maduras
De hecho, la
Sociedad de Ingenieros Automotrices ha definido una serie de niveles de automatización (norma SAE J3016™). Desde el Nivel 1, que precisa la intervención del conductor, la norma pasa por una automatización parcial y llega hasta el Nivel 5, la plena automatización. Cierto es que algunas de las prestaciones de los niveles inferiores ya están integradas en vehículos actuales, como el frenado de emergencia autónomo (AEB) y la tecnología de aviso de cambio involuntario de carril (LDWS). Los coches autónomos que
Ford ha prometido poner en circulación para 2021 se consideran vehículos de gran automatización, de Nivel 4, que se describen como «plataformas para el uso compartido de vehículos».
Aparte de ayudar a las autoridades a cumplir los compromisos medioambientales relativos a reducciones del CO2 y el NOx, los VA se han diseñado expresamente para resolver las actuales deficiencias en materia de seguridad. Hoy en día más del 90 % de los accidentes en los que hay vehículos involucrados se deben a errores humanos que se cobran así más de un millón de muertes al año en todo el planeta. Los VA hacen uso de una gama de satélites para el posicionamiento en carretera, cámaras y radares, así como una ingente potencia de procesamiento, con el fin conformar una imagen del entorno vial y reaccionar para evitar peligros. Por si estos no fueran argumentos suficientes, los partidarios de esta tecnología señalan también la oportunidad de que la reducción del número de vehículos en las carreteras, aparcados o en circulación, no hará sino ampliar los espacios públicos.
Pese a todo, quedan obstáculos importantes que sortear, y el más citado es el relativo al marco jurídico. Aparte de la necesidad de replantear algunas normas de circulación y aspectos de licencias, está la cuestión de la responsabilidad jurídica. En caso de accidente causado por un VA, ¿quién es el responsable: el pasajero, el programador del software, el fabricante? No es menos cierto que ya en circuitos de pruebas se han producido accidentes con VA, incluso con un muerto, en el caso de Tesla, el año pasado.
¿Mezclado, no agitado?
Al sopesar el argumento de que lo que causará problemas será la convivencia entre VA y vehículos convencionales, al perseguir prioridades diferentes, es quizás cuando se aprecia mejor el elemento que suele quedar al margen de los debates al respecto: el control humano verdadero. Para muchas personas, conducir es un placer en sí mismo que lleva asociado carácter y cierto estatus. ¿Cuántos aceptarán dejar atrás estas consideraciones?
Al parecer, hay sentimientos encontrados.
Una encuesta reciente a cargo de la aseguradora británica Direct Line señala que el 39 % de las personas esperaban ilusionadas los VA, el 35 % se sentían escépticas y el 26 % no sabía. Según la misma encuesta, el 53 % disfrutaba al conducir y opinaba que los VA serían un sustituto anodino. En cambio,
otra encuesta internacional a cargo de KPMG mostró que actualmente la mitad de los propietarios de vehículos no desea tener coche y que seguirá aumentando la demanda de vehículos eléctricos y autónomos.
La confirmación de que, en cuanto a la aceptación del público, la balanza se ha decantado por fin del lado de los VA será cuando veamos a James Bond dando sorbos a su Martini en su primera persecución a bordo de un vehículo autónomo.