La alimentación influye en el equilibrio microbiano del tubo digestivo. Al decidirnos por un bocadillo de panceta o uno de queso puede que estemos aumentando un tipo de bacteria en el intestino y reduciendo la población de otro. Al variar su proporción, secretan sustancias diferentes, activan otros genes y absorben nutrientes distintos.
Ahora, en un
artículo publicado en la revista de acceso abierto «PLOS Biology», un equipo de neurocientíficos explica que ha descubierto qué tipos concretos de flora bacteriana ayudan al huésped a detectar qué nutrientes faltan en los alimentos y calcular con precisión aquellos que el huésped necesita consumir. «Lo que las bacterias hacen por el apetito es casi como optimizar la cantidad de kilómetros que se pueden conducir sin necesidad de repostar otra vez», comentó Carlos Ribeiro, autor sénior del estudio.
El equipo ejecutó experimentos con la mosca del vinagre Drosophila melanogaster, un organismo modelo que permitió observar las interacciones complejas de la dieta y los microbios y su efecto sobre la preferencia por un alimento u otro. En primer lugar alimentaron a un grupo de moscas con una solución de sacarosa que contenía todos los aminoácidos necesarios. Otro grupo se alimentó con una mezcla que tenía algunos de los aminoácidos necesarios para crear proteínas pero que carecía de otros esenciales que el huésped era incapaz de sintetizar. Al tercer grupo de moscas le eliminaron los aminoácidos esenciales de la comida uno a uno para determinar cuál era el detectado por el microbioma.
Setenta y dos horas después, se ofreció a las moscas de los tres grupos un menú compuesto por la solución azucarada de antes y una levadura rica en proteínas. Los resultados mostraron que las moscas a las que les habían retirado los aminoácidos presentaron menos fertilidad y una preferencia mayor por la comida rica en proteínas. De hecho, el equipo descubrió que la eliminación de un único aminoácido esencial bastaba para aumentar el apetito de las moscas por los alimentos ricos en proteínas.
El equipo de investigación comprobó a continuación el efecto sobre la elección de alimentos de cinco tipos distintos de bacterias presentes normalmente en el intestino de la mosca del vinagre en libertad. Los resultados superaron las expectativas, pues dos especies concretas de bacterias pudieron eliminar el interés agudizado por la comida proteínica de las moscas que se alimentaron con un menú en el que faltaban aminoácidos esenciales. «Con el microbioma adecuado, las moscas del vinagre pueden afrontar esta situación nutricional desfavorable», comentó Zita Carvalho-Santos, miembro del equipo.
«En la mosca del vinagre, existen cinco especies bacterianas principales, mientras que en los humanos hay centenares», añadió Patrícia Francisco, coautora del estudio. De ahí la importancia de utilizar modelos animales sencillos para conocer mejor los factores que podrían resultar cruciales para la salud humana.
Pero todos se preguntaban por el modo en el que las bacterias podrían influir sobre el encéfalo para alterar el apetito. «Nuestra hipótesis inicial fue que estas bacterias podrían estar aportando a las moscas los aminoácidos esenciales que les faltaban», explicó Santos. No obstante, el equipo se dio cuenta de que los experimentos no confirmaban esta hipótesis. Las bacterias intestinales «parecen inducir algún tipo de cambio metabólico que influye directamente sobre el encéfalo y el organismo y que simula un estado de saciedad proteínica», explicó Santos.
Los microbios intestinales podrían tener sus propias razonas evolutivas para comunicarse con el encéfalo; se alimentan de lo que ingiera el huésped y precisan que los huéspedes sean sociales para propagarse por la población. Los datos se limitan por ahora a los modelos animales, pero Ribeiro cree que la comunicación entre el encéfalo y los intestinos puede ser un terreno fértil para el desarrollo de tratamientos para humanos. «Es una vía terapéutica interesante que algún día podría aprovecharse para mejorar comportamientos relacionados con la dieta», concluyó.
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