Se acercan las fiestas de fin de año y con ellas muchos aumentarán el consumo de alcohol y comida durante semanas. Por esta misma razón habrá quien se plantee comenzar en enero las dietas correspondientes a modo de resolución para el año nuevo. De hecho, perder peso y mantenerse en forma son, año tras año, los dos propósitos más comunes según la empresa de encuestas estadounidense Nielson.
No obstante, investigadores de las universidades de Exeter y Bristol, participantes en el proyecto financiado con fondos europeos EVOMECH (The evolution of mechanisms that control behaviour), desaconsejan recurrir a un tipo concreto de dieta intensa pues podría producir un efecto opuesto al deseado. Mediante un estudio publicado recientemente en la revista
«Evolution, Medicine and Public Health», han descubierto que quienes se embarcan en dietas yo-yo —un círculo vicioso de ganancia de peso seguido de dietas cada vez más estrictas para perder el peso ganado— activan un mecanismo evolutivo de supervivencia que provoca que el encéfalo interprete estos periodos de dieta como de escasez de alimentos. Así, cuando no se encuentra inmerso en una dieta, el encéfalo ordena al organismo aumentar la ingesta de comida y el almacenaje de grasas.
Estos investigadores explican que los animales responden al riesgo de escasez de alimentos ganando peso, razón por la que los pájaros comunes, incluso el muy estacional petirrojo, son más rechonchos en invierno (cuando resulta más complicado encontrar semillas e insectos).
El equipo científico generó un modelo matemático con el que investigar este fenómeno en un animal simulado que no sabe cuándo obtendrá su siguiente comida. En él se apreció que, en épocas de escasez, un animal que aprovecha la oportunidad de ganar peso tiene más probabilidades de transmitir sus genes a su descendencia.
En consecuencia, al aplicar el modelo a humanos —los cuales han evolucionado en entornos en los que las fuentes fiables de alimentos en ocasiones abundaban y en otras no tanto— se extrae que los impulsos de comer aumentan enormemente según avanza una dieta. Es más, estos impulsos no se reducen al ganar peso, ya que el encéfalo se convence aún más de que debe prepararse para una época de escasez. Estos hallazgos revisten importancia para una sociedad occidental en la que la obesidad es una de las preocupaciones más acuciantes para la salud pública.
El Dr. Andrew Higginson, catedrático de psicología en la Universidad de Exeter y uno de los autores del estudio, comentó lo siguiente: «Sorprendentemente, nuestro modelo predice que, en realidad, la media de peso ganado por aquellos que se ponen a régimen es mayor que la de quienes nunca se han puesto a régimen. Esto ocurre debido a que los segundos aprenden que las fuentes de alimento son fiables y por tanto existe una necesidad menor de almacenar grasas».
«Nuestro modelo, muy simple, muestra que si una persona gana peso no implica una alteración fisiológica en su organismo ni que exista una abrumante necesidad de ingerir alimentos artificialmente dulces», añadió el profesor John McNamara, de la Escuela de Matemáticas de la Universidad de Bristol. «El encéfalo podría funcionar perfectamente, pero la incertidumbre en torno al suministro de alimentos inicia la respuesta evolutiva que hace que se gane peso».
Cabe entonces preguntarse cuál es la manera ideal de perder peso. «La forma ideal es la más constante. Nuestro trabajo sugiere que, si se consume ligeramente menos de lo necesario y de manera continua en paralelo a la realización de ejercicio físico, es mucho más probable lograr un peso saludable que embarcándose en dietas hipocalóricas», aconseja el Dr. Higginson.
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