Un estudio reciente a cargo del proyecto financiado con fondos europeos MOODFOOD ha arrojado un resultado interesante: los hombres que consumen más de sesenta y siete gramos de azúcar al día —el equivalente a dos latas de refresco de cola— tienen un 23 % más de probabilidades de padecer un trastorno mental común (TMC) una vez transcurridos cinco años que aquellos que consumen cantidades inferiores. Lo que resulta aún más curioso es que, según el estudio, esto no ocurre en el caso de las mujeres.
En su informe, publicado recientemente en la revista
Scientific Reports, los autores afirman que aunque se ha establecido una relación entre un consumo elevado de azúcares y la depresión, se trata de una cuestión que no ha sido objeto de una investigación exhaustiva pese a que se prevé que la depresión supondrá la principal causa de discapacidad en países de renta alta para el año 2030.
Analizar la causalidad inversa en la relación entre los azúcares y el estado anímico
Los investigadores de MOODFOOD fueron los primeros en estudiar el papel de la «causalidad inversa» en la relación detectada entre el consumo de azúcares, refrescos, zumos y bollería, por un lado, y la depresión, por otro. La hipótesis más generalizada consiste en que las personas con una salud mental frágil incrementan su ingesta de azúcares en lugar de que un consumo elevado desempeña un papel causal en el riesgo de padecer depresión —tanto de manera puntual como recurrente— y TMC.
Para aplicar este enfoque bidireccional, los investigadores analizaron mediciones continuadas —23 245 observaciones en total— de la cohorte Whitehall II, del Reino Unido. Esta cohorte se compone de más de diez mil participantes que pertenecieron al personal de la administración pública del Reino Unido entre los años 1985 y 1988 y de los que se hicieron seguimientos posteriores. La cohorte se creó originalmente para identificar los motivos que subyacían a diversas desigualdades sociales en el ámbito de la salud. El estudio MOODFOOD se sirvió del modelo de regresión de efectos aleatorios. Para evaluar la dieta se emplearon cuestionarios relativos a la frecuencia con que se consumen alimentos y cuestionarios validados para el estado de ánimo.
El estudio permitió descartar la «causalidad inversa» como responsable de la relación entre un consumo alto de azúcares y el decaimiento anímico, poniendo de manifiesto que ni los TMC ni la depresión auguraban cambios en los hábitos alimentarios. Sin embargo, la investigación corroboró la existencia de efectos adversos a largo plazo para la salud mental derivados de la ingesta de azúcares. En lo que respecta a las diferencias en los resultados dependiendo del sexo referidas anteriormente, el equipo sugirió que esto podría explicarse bien por el muestreo empleado, ser fruto de la casualidad o bien deberse a diferencias reales en los mecanismos de la depresión causadas por el sexo y el tipo de sintomatología depresiva.
Desarrollar estrategias de prevención de base científica
La depresión es uno de los trastornos más extendidos, graves y discapacitantes en la Unión Europea. Alrededor de un 6 % de los ciudadanos europeos muestran los síntomas de una depresión grave en algún momento. Esto supone una pesada carga para quienes la padecen, sus familias y los servicios sanitarios.
Se han ofrecido una serie de explicaciones biológicas plausibles para explicar la relación entre el consumo de azúcares y el riesgo a largo plazo de padecer depresión. Existen indicios de que los azúcares contribuyen a unos niveles bajos de la proteína FNDC (factor neurotrófico derivado del cerebro), lo que facilita que se produzca una atrofia del hipocampo. Además, hay pruebas de que los carbohidratos incrementan la circulación de marcadores inflamatorios, lo que posiblemente origine un estado de ánimo depresivo. Las dietas ricas en azúcares podrían asimismo provocar una respuesta desmesurada a la insulina, originando hipoglucemia y alterando los niveles hormonales —también asociados al estado de ánimo—.
MOODFOOD se creó con el propósito de reunir a expertos en nutrición, en los hábitos de los consumidores, en psiquiatría y en psicología preventiva para mejorar los hábitos alimentarios. El proyecto combina datos longitudinales ya existentes procedentes de estudios de cohortes europeos con datos nuevos recabados mediante sondeos, experimentos a corto plazo y estudios de intervenciones preventivas a largo plazo. El conocimiento generado se empleará para diseñar estrategias nutricionales de base factual y para sustentar políticas en materia de prevención.
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