
El crecimiento de algas verdeazuladas en los lagos, charcas de gran tamaño, pantanos y aguas de uso público en general resulta dañino para el medio ambiente y la salud de los humanos. Con frecuencia, esta clase de algas provoca el deterioro de la calidad del agua, además de despedir un olor excepcionalmente desagradable. Estas algas consumen gran cantidad del oxígeno existente en el agua y no dejan el suficiente para otros animales como los peces. Además, secretan toxinas que pueden provocar irritaciones cutáneas y que se sospecha pueden ser una causa de cáncer de hígado.

Una calidad del aire deficiente supone un grave riesgo para la salud que conlleva enfermedades pulmonares, cardiovasculares y cáncer. Además, la contaminación atmosférica repercute en el medio ambiente, afectando así a la calidad del agua dulce, del suelo y de los ecosistemas.

La calidad del aire en interiores (CAI) influye en la salud y el bienestar de la población, pero en los últimos años existe una inquietud creciente por la presencia de contaminantes en los entornos cerrados, sobre todo por la dificultad de detectarlos y de establecer niveles críticos.

Los aeropuertos realizan un gasto muy elevado de energía, que se suma a la que consumen los vuelos. De hecho, un aeropuerto de grandes dimensiones gasta a diario tanta energía térmica y eléctrica como una ciudad de cien mil habitantes.

Normalmente el océano evoca imágenes de aguas profundas de un intenso azul oscuro y olas perfectas que bullen de organismos exóticos y no tanto las de enormes islas de residuos plásticos como la Gran mancha de basura del Pacífico, una acumulación de deshechos que hay quien sostiene que supera en tamaño a los Estados Unidos. Por desgracia se teme que las acumulaciones de residuos de esta naturaleza crezcan parejas a la producción de plástico en los últimos decenios. Sorprendentemente, un equipo de científicos descubrió que estas moles flotantes están atravesando un proceso de reducción para el que aún no existe una razón fundada y que podría no ser en absoluto positivo.

El arroz, el maíz, la soja y el trigo son la fuente principal de nutrientes para más de dos mil millones de personas residentes en países pobres. Con el cambio climático y el incremento del CO2 en el aire que respiramos, el valor nutricional de estos alimentos (ya de por sí bajo en comparación con la carne, por ejemplo) no hará sino decrecer.