Tal y como se lee en el último informe de la
Organización Meteorológica Mundial publicado esta semana, 2016 ha pasado a la historia como el año más cálido de todos los registrados. El secretario general de la OMM, Petteri Taalas, manifestó que este aumento es de «un notable 1,1 °C superior al periodo preindustrial, y 0,06 °C por encima del récord anterior establecido en 2015. Este aumento en la temperatura mundial va acompañado de otros cambios del sistema climático».
El Sr. Taalas hizo referencia al aumento de la capacidad de computación y los beneficios que aportan los estudios a largo plazo, como los factores que permiten plasmar indicios más precisos del cambio climático antropogénico. De hecho, el informe de la OMM tiene más peso gracias a que sus corpus son un cúmulo de información recopilada por investigadores de distintas instituciones de todo el mundo, ochenta de ellas centros meteorológicos nacionales.
Una tendencia climática continua
El informe de la OMM señala una tendencia al calentamiento mundial de 0,1 °C a 0,2 °C por decenio. Según el informe, la temperatura de cada año desde 2001 se ha elevado 0,4 °C sobre la media a largo plazo basada en el periodo base de vigilancia (1961-1990). La concentración de dióxido de carbono atmosférico en 2015 alcanzó las 400 partes por millón, el último año para el que existen cálculos disponibles mundiales de la OMM, concentración en la que no se esperan reducciones dada la naturaleza persistente de este gas a escala de varias generaciones.
En paralelo al calentamiento a largo plazo debido a las emisiones de gases de efecto invernadero, en 2016 se experimentó un año de El Niño especialmente intenso, circunstancia que normalmente aumenta las temperaturas en entre 0,1 °C y 0,2 °C sobre la de fondo y eleva el nivel del mar. Además, la cobertura de hielo marino mundial se redujo en cuatro millones de kilómetros cuadrados con respecto a la media de noviembre, una cifra insólita para este mes.
Las consecuencias de los fenómenos meteorológicos extremos también se sufren en todo el planeta. Las sequías extremas, por ejemplo, agudizan la inseguridad alimentaria en zonas como el sur y el este de África, mientras que las tormentas y las inundaciones causan pérdidas materiales y humanas devastadoras.
La OMM señala que esta tendencia se mantendrá en 2017, y los estudios más recientes apuntan a que el calor oceánico podría haber aumentado con mayor intensidad de lo calculado y que las concentraciones de CO2 atmosférico no se han reducido. En el planeta se están experimentando condiciones extremas cada vez más pronunciadas, como por ejemplo el hielo marino ártico, cada vez más cercano al punto de fusión durante el habitual periodo de recongelamiento invernal. Estos cambios alteran los patrones de circulación atmosférica y oceánica, los cuales influyen en las condiciones meteorológicas de otras zonas del planeta, como es el caso del invierno especialmente duro experimentado a principios de 2017 en la península Arábica y el norte de África.
Pero, ¿siempre nos quedará París?
No han transcurrido todavía 18 meses desde que representantes de 195 países adoptaran en diciembre de 2015 los Acuerdos de París de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC). Además, parece que se está acumulando masa crítica para reducir la quema de combustibles fósiles, sobre todo cuando buena parte de los mayores productores de gases de efecto invernadero del planeta ratificaron el acuerdo en octubre del año pasado.
No obstante, caben muchos cambios en pocos meses. Es bien sabido que el presidente de los Estados Unidos Donald Trump baraja desligarse del Acuerdo de París, lo cual supondría un duro golpe de uno de los mayores generadores de gases de efecto invernadero. Este planteamiento va a contracorriente de lo manifestado por el Sr. Taalas de la OMM: «La inversión continua en observaciones e investigación climáticas es fundamental para mantenernos a la altura del cambio climático rápido». Los presupuestos recientes presentados por la administración del presidente Trump recortarían a un tercio la financiación adjudicada a la Agencia de Protección Ambiental de dicho país. De hecho, Mick Mulvaney, responsable del presupuesto, declaró que el dinero destinado a combatir el cambio climático es un «desperdicio».
Brotes verdes
Quizá la esperanza venga en una forma muy poco probable hace no tanto tiempo. En la Conferencia sobre Cambio Climático (COP 22) de Marrakech celebrada el noviembre pasado, el viceministro de Asuntos Exteriores de China Liu Zhenmin ratificó el compromiso chino con una vía hipocarbónica. De hecho, todo apunta a que China desea y es capaz de asumir el liderazgo sobre el cambio climático, tal y como manifestó en enero en Davos el presidente de China Xi Jinping.
Quizá las verdaderas semillas del progreso puedan detectarse en el propio interés de China, pues aprecia la oportunidad económica que presenta el suministro mundial de productos y servicios hipocarbónicos. China posee la mayor capacidad instalada de energía eólica y solar, está poniendo en marcha un régimen de comercio de derechos de emisión y ha invertido durante 2016 32 000 millones de dólares en energías renovables en otras zonas del planeta.
Muchos defensores de la mitigación del cambio climático y las iniciativas de adaptación aducen que, para lograr resultados duraderos que conduzcan a un futuro más sostenible, las innovaciones y las políticas deben llevar «de serie» este tipo de ventaja económica.